La tormenta que azotó el Gran San Salvador la noche del martes revela una preocupante realidad: la infraestructura de la ciudad es altamente vulnerable ante fenómenos climáticos cada vez más extremos. Las inundaciones que paralizaron el tráfico y dejaron a muchas familias atrapadas en sus hogares son un claro indicativo de la falta de preparación y mantenimiento adecuado de los sistemas de drenaje. No solo se trata de un evento meteorológico aislado, sino de un síntoma de una crisis más profunda que requiere atención inmediata por parte de las autoridades.

Los vientos intensos que acompañaron las lluvias no solo causaron estragos al derribar árboles y cortar la energía eléctrica en zonas clave como la Escalón y San Benito, sino que también evidencian la necesidad urgente de reforzar la resiliencia de nuestra infraestructura. La caída de árboles sobre las vías y tendidos eléctricos pone de manifiesto el riesgo inminente que enfrentan los ciudadanos en momentos de tormentas severas. Este fenómeno debería alertar a las autoridades sobre la importancia de implementar medidas de prevención más efectivas, para evitar que situaciones similares se repitan en el futuro.

Además, el hecho de que se emitiera una alerta temprana por una onda tropical, que luego superó las expectativas con precipitaciones torrenciales, resalta la desconexión entre las predicciones meteorológicas y la respuesta institucional. Es imperativo que se utilicen estos eventos como catalizadores para promover inversiones significativas en infraestructura y en sistemas de drenaje adecuados, así como en educación sobre la gestión del riesgo ante desastres. La reciente tormenta debe ser un llamado a la acción para no solo enfrentar los retos inmediatos, sino para construir un futuro más seguro para todos los salvadoreños.

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